Cada vez somos más las personas que sufrimos de algún
trastorno psicológico provocado por vivir en un entorno urbano. No necesitamos
vivir en una ciudad grande y aglomerada para tenerlo, y lo peor es que no somos
consientes de éste problema:
El síndrome del “No me importa”
Tal vez se pregunte por qué éste artículo trata un
tema de “psicología” en un blog sobre la naturaleza. La respuesta no es
sencilla, pero tampoco tan compleja. Simplemente, como sucede con la mayoría de
los artículos que escribo, algo ocurre o algo veo que me hace echar a volar la
imaginación. En este caso, todo comenzó cuando mientras paseaba con mis perros,
observé a una familia de turistas extranjeros recolectando botellas de plástico
mientras caminaban por la playa, quienes a los pocos metros ya llevaban las
manos llenas, y les faltaba un largo camino para llegar al depósito de basura
más cercano. Me acerqué a ellos y les pregunté la razón del por qué lo hacían,
para lo que el padre de la familia, con una gran sonrisa en su cara me
contestó: “porque es basura y no podemos dejarla ahí”. Para ser sincero me
sentí bastante avergonzado, lo que me hizo reflexionar el por qué yo, y por qué
muchos otros simples ciudadanos del mundo, no las recogemos y seguimos de
largo.
Como biólogo conservacionista, me dedico a promover la
conservación de la naturaleza y a actuar en consecuencia, pero tras este
encuentro me di cuenta que hacía mucho tiempo que no recogía ninguna basura de
la playa, mientras hacía mi trabajo protegiendo tortugas marinas. Qué vergüenza
que los turistas sean quienes vienen a recoger la basura que la gente local
tira y deja en la playa tras una tarde de disfrutar y divertirse
“gratuitamente” de la naturaleza, en su propia casa.
Así pues, me di a la tarea de analizar el por qué
somos así, y descubrí algo que se llama el “Síndrome de Genovese”, que
en palabras más sencillas podría definirse como el “complejo del mal samaritano”,
y que se explica como la indiferencia y la falta de responsabilidad que
sentimos quienes vivimos en la ciudad, o en lugares urbanos aglomerados. Este
complejo nos hace “evitar” situaciones que nos provocan algún tipo de tensión o
de estrés, por lo que ahora omitimos hacer cosas que antes nos resultarían muy
sencillas, como ayudar a una persona o a un animal en problemas; o en este caso
en particular, a recoger la basura que “no es nuestra”. El simple hecho de
recogerla nos hace instantáneamente responsables de ésta, obligándonos a buscar
un sitio adecuado para su disposición final.
Una escena ejemplar: Orgullosos turistas mostrando sus
“tesoros”, que de forma anónima y desinteresada recolectaron durante su
caminata por las playas de Bahía de Banderas, México.
Desconectados de la naturaleza
Vivir en la ciudad nos hace “desconectarnos” de
la naturaleza, olvidándonos de ese profundo enlace que existe entre nosotros y
el planeta en que vivimos. Cada vez miramos menos al cielo, salimos menos al
campo o a la playa, y nos hundimos más y más en un mundo “artificial” y carente
de vida. El cierre de nuestros sentidos a las sensaciones provocadas por el
mundo natural, ocasiona que nos adaptemos fácilmente al deterioro ecológico y a
la decadencia. El problema de esta adaptación es que nuestra calidad de vida se
degrada progresivamente, disminuyendo nuestro respeto a la vida y a la
naturaleza misma.
Declaración y sentencia
Habiendo hecho este análisis, dejaré de lado los
aspectos culturales, de educación y de valores que sin duda influyen
enormemente en nuestra “voluntad” de hacer lo correcto, para pasar directamente
a mi declaración más humilde y sincera, donde reconozco que soy culpable de
haber caído, sin siquiera notarlo, en las garras de la indiferencia. Acto
seguido, y habiendo hecho esta declaración, me sentencio a mí mismo a ser más
consciente de mi entorno y a ser menos indiferente, recolectando la basura que
me encuentre en la playa (o en cualquier lugar), aunque ésta no sea mía.
Sin más declaraciones qué hacer, no me queda más
que preguntarle, mi estimado lector:
Usted, ¿Cómo se declara?
Cortesía de: Oscar Aranda
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