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LA LLAMA DEL RECUERDO de Diana-Fe Bálint Rivas
En
mis años escolares, cuando llegaba a casa mi madre siempre me decía que
olía a colegio. Yo no sabía a qué se refería. Olisqueaba el cuello del
polo del uniforme en busca de esa extraña rareza, pero a mí me seguía
oliendo al suavizante de toda la vida. Sin embargo hoy, cuando entré en
la clase de 3ºA, lo percibí por fin. Es un aroma único; una mezcla de
polvo de tiza con madera de pupitre y mina de lápiz. Después de tanto
tiempo sin pisar un aula, parecía que mi pituitaria se había
sensibilizado a ese olor. Cuando entré, la clase estaba ordenada y los
niños guardaban silencio. Una agradable profesora, María, me dio la
bienvenida y me presentó a sus pupilos como “la señorita de Cruz Roja
que va a daros una charla muy interesante”. Mis colegas del trabajo, me
habían advertido de lo fácil que era hacer este taller con niños de
primaria. Más yo no estaba tan segura. A las palabras de María, le
sucedió un pequeño aplauso y de nuevo silencio. Conté veinte pares de
ojitos expectantes, curiosos por oír mi voz. Ya notaba la aparición de
pequeñas perlas de sudor en mis sienes, síntoma inequívoco de mi
nerviosismo. Carraspeé un poco y comencé a hablar procurando sonar
armoniosa.
-
Buenos días a todos. Mi nombre es Ana, y como bien ha dicho vuestra
maestra, vengo de Cruz Roja, ¿sabéis por qué? – silencio. Aguardé unos
segundos antes de continuar por si alguien se animaba a contestar, pero
no ocurrió. – Vengo a hablaros de los Derechos Humanos. Decidme, ¿qué
creéis que son?
Les
miré con atención. Había más niñas que niños y estimé que un cuatro por
ciento de la clase sería de origen inmigrante. Eran mis estimaciones
personales. Desde que hube terminado la carrera de sociología, no podía
evitar hacer pequeñas estadísticas poblacionales, incluso en el autobús.
Algunas personas hacen crucigramas y yo me entretengo con estadísticas.
Un niño con el pelo de pincho levantó la mano.
- Derecho a una casa – dijo. Asentí y sonreí.
- Derecho a poder comer – dijo otra niña.
Y
más vocecitas se fueron sumando progresivamente. Derecho a tener una
familia. Derecho a tener juguetes. Es cuándo la gente está a salvo. Son
para que todas las personas del mundo sean iguales. Maravillada por sus
ocurrencias, me di cuenta de que el cerebro de los niños es como una
esponjita que absorbe todo lo que escucha. Admito que me desarmaron por
completo. Yo había traído materiales didácticos, adecuados a su edad,
para ir trabajando con ellos a lo largo del taller. No obstante, ni la
fábula con moraleja final, ni el juego de adivinanzas, ni el corto de
animación, estaban a la altura de esas respuestas. Pero tenía un as en
la manga, era mi último recurso.
-
¿Queréis que os lea un pequeño diario? - “Siiiii”, corearon todos,
ilusionados por los secretos que podría albergar un diario. De la caja
de zapatos en la que había traído todos los materiales, extraje un
cuadernito de tapa dura color rosa, con una margarita en el centro.
Había tapado el nombre de la persona para preservar su intimidad. Pasé
las hojas con cuidado hasta llegar a la parte que me interesaba. Antes
de sumergirme en la lectura, eché una última ojeada a la clase. Los
niños sonreían y María me estaba observando con renovada atención desde
su mesa. Tomé aire y comencé a leer:
“Verano:”
“Mamá
ha dicho que estas vacaciones vendrá una niña a casa. Dice que va a
estar hasta septiembre. Es de otro país y la hemos apadrinado. No se qué
significa eso. Pero yo no quiero compartir mis juguetes con nadie. Ni
tampoco mi habitación. Papá ya ha montado una cama para ella al lado de
la mía. Me ha dicho que se llama Daima y que tiene un año más que yo, o
sea que va a cuarto. Pero luego papá me ha explicado que ella no va al
colegio y que aprende cosas en casa. No quiero que venga, no quiero que
venga, no quiero que venga. Estoy llorando diario, pero nadie me hace
caso.”
“Hoy
ha llegado el cartero con un sobre en el que ponía Sájara que al
parecer es el lugar de donde viene Daima. Pues vaya nombre más raro,
Sájara. Dentro había una foto suya con sus papás y su hermano mayor.
Viven en la arena y visten con trajes largos y llevan pañuelos. Seguro
que pasan mucho calor. Apadrinar significa adoptar durante un tiempo.
Daima viene durante el verano y luego regresa con su familia sajarawi.
No se si podré aguantar tres meses con los juguetes escondidos…”
“Sájara
está en África y no se escribe Sájara, sino Sáhara. Daima debe de ser
como mi compañera Fátima de clase. Aunque ella es de Marruecos que
también está en África y no es una niña adoptada durante el verano.
Fátima vino con sus padres, su abuelo y sus tres hermanos a España para
quedarse para siempre. A veces va a Marruecos de vacaciones a ver a sus
primos. Me ha dicho que ellos no viven en la arena. Yo le he dicho que
miente y que todos los niños de África viven en la arena porque allí
están los desiertos. Nos hemos enfadado y no hemos vuelto a jugar juntas
en el recreo. En casa, mamá me ha explicado que Fátima tenía razón y
que yo no. Dice que está muy feo lo que he hecho y que espera que con
Daima me porte mejor. Mañana tengo que pedir perdón a Fátima.”
“Daima
ya está en casa. Mamá y papá me recogieron en el colegio y fuimos
juntos al aeropuerto. Hoy ha sido mi último día de clase y tengo notas
muy buenas. Mamá y papá han dicho que están muy orgullosos de mí. En el
aeropuerto, una chica rubia con uniforme nos ha entregado a Daima. Es
una niña muy delgada, un poco más alta que yo, tiene el pelo y los ojos
negros y viste con túnicas rosas. Es muy tímida y está mucho tiempo
callada, pero entiende y habla un poquito español. Mamá le ha enseñado a
Daima su nuevo hogar. Cuando ha entrado en mi habitación se ha
sorprendido por todos los juguetes que tenía y me ha sonreído. Luego
mamá y yo le hemos enseñado su nueva ropa, que no eran túnicas. A lo
mejor no está tan mal tener una hermanita durante un tiempo. Creo que le
dejaré mis juguetes.”
“Hoy
hemos ido todo el día a la piscina municipal con Daima. Nos lo hemos
pasado muy bien y ya habla un poco más. Se ha sorprendido mucho de ver
tanta agua junta y al principio le ha dado un poco de miedo meterse,
pero luego no quería salir. Mamá está preocupada desde hace unos días
porque Daima come poco. El otro día no quiso judías (yo tampoco pero
tuve que comérmelas), tampoco le gusta el postre, ni la carne ni el
pescado. Además papá dice que no puede comer cerdo porque su cultura se
lo prohíbe, así que no prueba los sándwiches mixtos. Solo la he visto
comer galletas, cereales, arroz y huevos fritos. Es un poco rara. Por la
noche, hemos estado viendo una película en casa. La dejé elegir a ella y
quiso ver Aladdin. Dijo que ella se parecía a la princesa Jasmine. Yo
le dije que también. Entonces ella me dijo que yo podía ser el mono si
quería. Nos enfadamos pero luego hicimos las paces antes de ir a
dormir.”
“La
abuela ha traído pastel de pasas recién hecho. Ha venido porque quería
conocer a su nueva nietecita. A Daima le gusta la abuela. Ha estado toda
la tarde pegada a sus faldas y la abuela encantada claro. Hemos
merendado pastel con cola-cao, ¡y Daima ha repetido tres veces! Es la
vez que más la he visto comer. Luego nos ha contado que durante una
fiesta llamada ramadán, su mamá prepara postres con dátiles que son
frutos dulces y que a ella le encantan, tanto que podría estar un año
entero comiéndolos. Pero sus papás no tienen mucho dinero y su mamá sólo
puede hacerlos una vez al año. Dice que el pastel de pasas le ha
recordado a su madre. Ha llorado un poquito y la abuela le ha dicho que
si quiere, puede cocinar más. Cuando la abuela se fue, estuvimos jugando
un rato a las muñecas. Damia las viste y las peina muy bien. Ella no
tiene muñecas en su casa. Me ha contado que juega con pinturas, cuerdas y
pelotas. Me da pena diario, yo no podría jugar sin mis muñecas.”
“Hoy
hemos tenido reunión familiar. Nunca hemos hecho una, pero era para ver
cómo iba todo y si estábamos a gusto. Todos hemos dicho que sí. Daima y
yo nos hemos hecho muy buenas amigas y a lo mejor un día me invita a su
casa. Daima no tendrá muñecas pero hace cosas geniales. Por ejemplo,
cuando no tiene cosas que hacer y no hace frío, sus papás la dejan irse
con sus hermanos mayores por la noche a ver las estrellas. Lleva
tatuajes de henna que son como los de verdad pero se quitan y duran más
que las calcomanías. Hace pulseras muy bonitas cuando se aburre y me ha
traído una para mí y otra para mamá. A papá le ha traído un dibujo muy
bonito y dice que lo va a colocar en su despacho. Daima también dice que
a veces tiene que cuidar de sus hermanos pequeños y que es un poco como
jugar a las muñecas por eso se le da tan bien. Durante la reunión
familiar, papá y mamá también nos dijeron que nos iríamos unos días a la
playa.”
“Hola
diario, hace mucho que no escribo. Ya hemos vuelto de la playa y nos lo
hemos pasado pipa. Hemos comido muchos helados, hemos hecho castillos
en la arena y hemos jugado con las olas un montón. También nos hemos
bañado en la piscina del hotel. El tiempo ha pasado muy rápido y Daima
tiene que volver dentro de poco a su casa. No quiero que se vaya, no
quiero que se vaya, no quiero que se vaya. Estoy llorando a escondidas
por si se pone triste. Por lo menos mañana vamos al zoo.”
“Daima
ya se ha ido. La llevamos al aeropuerto por la mañana y la misma
señorita rubia que la trajo la recogió. Estuvimos un rato agarradas de
la mano para que no pudieran separarnos pero Daima terminó por ceder. En
el fondo quería irse, echaba de menos a su familia y parecía
preocupada. Se llevó toda la ropa que le habíamos comprado, pastel de
pasas de la abuela para que se lo comiera por el camino y le regalé una
de mis muñecas. Eligió a la más morena porque decía que se parecía a
ella. Prometió escribirme y dijo que volvería el próximo verano. Yo ya
he empezado a contar los días que faltan para volver a vernos.”
Dejé
de leer y alcé la mirada. Los niños querían saber cómo continuaba la
historia y me percaté de que María se estaba enjugando discretamente las
lágrimas.
-
Esta pequeña historia aún no tiene final. Daima tuvo que huir ese mismo
año con su familia debido a la intervención de tropas militares en su
campamento. No pudo volver el verano siguiente a España ni pudo enviar
cartas – sus caritas de entusiasmo desaparecieron. – Ya veis que no
todos los niños tienen una casa, comida, familia o juguetes. No todos
los niños del mundo pueden estar a salvo ni son tratados iguales. Por
desgracia, no todos los niños disfrutan de sus derechos y este es el
motivo por el que estamos aquí hoy. Para aprender a ser tolerantes,
bondadosos y respetuosos con el prójimo. Para aprender y no olvidar
jamás, que los derechos humanos son universales e iguales para todos. En
definitiva, estamos aquí para empezar a cambiar las cosas.
Cada
vez que impartía una charla o un taller, me iba con la esperanza de
haber cambiado algo, de dejar un poso en las mentes de las personas que
me escuchan. Sin duda, el de hoy no había sido un público fácil pero si
pasados unos años aún recordaban la historia de Daima, quizás era un
indicador de que las cosas podían cambiar desde la educación para crear
un mundo más justo.
Volví
a casa cansada. Había pasado mucho estrés. Sin embargo a los niños
pareció gustarles el taller y María me dio la enhorabuena por el trabajo
que había hecho. La caja de zapatos yacía ahora en el sofá. Saqué el
diario. La experiencia no había estado mal, de hecho mi narración les
había encantado, pero sería la primera y última vez que haría esto. Con
un cúter conseguí despegar la pegatina que había puesto encima del
nombre, Ana GC. No volvería a remover el recuerdo de Daima. Quién sabe,
quizás ella ahora era muy feliz, había huido de la pobreza, estudiado
una carrera y formado una bonita familia. Quizás me envió cartas que
nunca me llegaron y a las que yo no pude responder y, cansada, decidió
dejar de escribir. Demasiados quizás, demasiada incertidumbre. Aquella
noche, cogí una de las velas que tenía reservadas para los apagones y la
encendí. A mi cabeza vinieron las palabras de Peter Benenson: "La vela
no arde por nosotros, sino por todos aquellos que no conseguimos sacar
de prisión, que fueron abatidos camino de prisión, que fueron
torturados, secuestrados o víctimas de 'desaparición'. Para eso es la
vela".
Relato ganador del I Certamen, año 2015. disponible en: https://grupos.es.amnesty.org/es/andalucia/paginas/certamen-de-relatos-corto